El regalo del hada
Se asomó a la ventana y no vió más que estrellas. Todo había desaparecido a su alrededor. La habitación flotaba en un vacío negro, roto tan sólo por la débil luz chisporroteante de los lejanos soles. Ante sus ojos apareció un destello, que poco a poco fue tomando forma y se convirtió en una flor. Una flor luminosa que se abría al ritmo de la música más bella que jamás había oído. A medida que se iba abriendo algo aparecía en su interior. Una mujer muy chiquitita (no mediría más de diez centímetros) con unas alas transparentes. Se frotó los ojos y volvió a mirar. La mujercilla seguía allí y la miraba sorprendida. Empezó a hablar en un idioma extraño. Su voz sonaba como un montón de cascabeles. Hizo una reverencia. Giró trescientos sesenta grados sobre sí misma y desapareció. La flor siguió flotando ante la ventana, así que la cogió y volvió a entrar. Cerró la ventana y las contras y se volvió a la cama. A la mañana siguiente se despertó con una sensación extraña. Miró sus manos y encontró una rosa blanca. Y entonces recordó y se levantó de la cama por primera vez en muchos años, se vistió y salió a la calle. Y se dio cuenta de que el mundo era bello y empezó a bailar. Y bailó durante todo el día y toda la noche y siguió bailando durante toda su vida.
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