Azena

mis cosinas

Cuento

Hace mucho tiempo, en un país muy lejano, vivía una muñeca. Era una muñeca normal, con una dulce carita de niña buena. La muñeca esperaba día tras día que llegara un príncipe azul y la rescatara. Pero en realidad no había nada de qué rescatarla. Ella vivía feliz en una juguetería con otras muñecas, pero su existencia se le antojaba aburrida. Quería enamorarse y arrebatarse de amor y que su amor la llevara a correr aventuras. Todos los días se pillaba con un juguete distinto. Un día creía estar enamorada del caballito de madera y al siguiente del coche del scalextric. Pero ninguno le correspondía, y eso la hacía creerse infeliz. Cierto día se fijó en el viejo león de peluche, que lloraba en una esquina. Lo consoló y el leoncito fue muy cariñoso con ella. Así que se enamoró del león. Pero las muñecas y los leones de peluche no hacen buena pareja. Además, el león no se enamoró de la muñeca. Otro día, la muñeca se fue a otra juguetería y allí conoció a un vagabundo que ejercía de hombre orquesta para entretener al resto de juguetes. Inmediatamente se sintió atraída por él, pero el vagabundo no tenía amor para la muñeca. Se hicieron amigos y juntos revolucionaron la juguetería, pero el amor del vagabundo era para la barbie de la segunda estantería. Con él la muñeca aprendió a amar de verdad, sin esperar nada a cambio, y se dio cuenta de que antes de fijarse en el leoncito de peluche nunca había estado realmente enamorada. También aprendió que podía enamorarse un poquito de muchos juguetes, que su amor era infinito y que podía repartirse en varios infinitos. Pero lo que más le llevó fue aprender a estar sola. Al principio de la historia la habían separado de su niña, y ahora se sentía huérfana. Pero llegó un momento en que la muñeca dejó de sentirse sola y se dio cuenta de que era feliz. Entonces se decidió a traspasar la puerta de la juguetería e irse a correr mundo. Apenas había doblado la esquina cuando se dió de bruces contra alguien. El muñeco más guapo que había visto en su vida le sonreía y le tendía la mano. Y ella se dio cuenta de que él sentía algo parecido. Se dieron la mano y empezaron a andar. Y a pesar de que a veces a uno de los dos se le encogía el corazón pensando que estaba renunciando a algo (a algo que antes no tenían, todo sea dicho), siguieron mucho tiempo caminando juntos. Pero eso ya es otra historia, ¿no os parece?

miércoles, 20 septiembre, 2006 Posted by | Cuentos | Deja un comentario